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martes, mayo 15, 2012

ESAS NOCHES CON SOMBRA PROPIA

Y seguí tumbada en el suelo mirando las nubes y recordando viejos tiempos en los que todo era perfecto, instituto perfecto, tardes perfectas, amigos perfectos... Pero luego recordé el día en el que todo cambió . Me volvió el mismo sentimiento que inundó mi alma aquel día y noté como miles de lágrimas se mudaban a mis ojos. Me di la vuelta para que mi hermana pequeña no viera cómo lloraba, y allí, acostada sobre el césped fresco de una mañana de julio, conseguí desahogarme. 

Al llegar a casa lo primero que hice fue buscar la caja que uso para guardar objetos, la típica caja de recuerdos, y lo saqué todo con el propósito de encontrar aquello que me causaba tristeza. Tras unos minutos de recuerdos fugaces lo encontré, esa foto en la que aparecía él tumbado en su cama escuchando su disco favorito con los ojos cerrados mientras alzaba el brazo hacia arriba como si quisiera tocar el cielo. Mientras analizaba cada detalle de esa fotografía un enorme sentimiento de odio recorrió mi cuerpo. Cogí unas tijeras y la corté en miles de pedacitos y luego la quemé junto con su pulsera que llevaba bordados nuestros nombres. cuando el fuego se apagó me sentí libre y una sonrisa apareció en mi cara. 

Por la tarde, tras la comida y un gran descanso en la piscina decidí salir sola a dar un paseo por la playa y así aprovechaba y me ponía un poco morena, aunque no lo logré ya que el sol se iba apagando. Empecé a caminar escuchando el sonido de las olas romper y de los pájaros cantar mientras podía oler el mar salado y el perfume de las personas que caminaban cerca de donde yo lo hacía. 
Me paré frente a un banco, sin saber por qué, tal vez el destino lo quiso así, me senté en él y pude apreciar con mis dedos cómo la pintura sobre los viejos trozos de madera se iban desgastando por el viento que transportaba la arena de la playa que vivía frente a él. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en el respaldo mientras sonreía. 
De repente noté cómo alguien se sentó a mi lado y se acomodó y a pesar de seguir con los ojos cerrados notaba como me miraba. No me importó lo más mínimo hasta que escuché su voz, una mezcla de dulzura y picardía. 
-Es bontio, ¿eh?
Abrí los ojos y ahí le encontré a él, mirándome con sus enormes ojos negros. Era moreno de piel y oscuro pelo, delgado y por lo que parecía, alto. Mientras me perdía en mis pensamientos mirándole me percaté de que me había preguntado algo.
-¿Perdón? - le respondí con cara de no haberme enterado de nada.
-Decía que es bonito el atardecer de hoy, aunque más bonito es el tesoro que tengo sentado a mi izquierda.
Me ruboricé de una manera que nunca lo había hecho y no supe hacer otra cosa que mirar a la nada y sonreír. Seguro que pensó que era una niña un poco tonta, porque parecía mayor que yo unos años, pero me daba igual, en ese momento lo único que me importaba era saber quién era él y por qué estaba aquí sentado.
-¿Cómo te llamas? - No sé ni cómo me atreví a preguntarle eso y menos aún lo siguiente - ¿Tienes novia? Porque no me gustaría que me matara pro hablar contigo.
- No, no tengo novia y si la tuviera no dejaría que hiciera daño a una preciosidad como tú. - dijo mientras se reía y me miraba - y me llamo Alejandro, ¿y tú?
-Ana - le contesté mientras me perdía en su mirada - encanta.





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